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La escultura de madera

(Mi experiencia con discapacidad en una clase de Escultura)

Ana Lucía Almada

I

Aquella tarde, en el salón de Escultura,  resonaba el ruido de los motores de las sierras eléctricas. Un grupo de jóvenes trabajaba entre serruchos, seguetas, lijas y barnices. El olor a aserrín sofocaba el ambiente. En el fondo, una chica callada trabajaba. Nadie parecía advertir su presencia en el taller. Ella no trabajaba con madera; sus manos eran demasiado pequeñas y débiles, por lo que sin pronunciar palabra amasaba cuidadosamente pedazos de arcilla.

II

Mientras sus manos acariciaban la arcilla, su mente se llenaba de temores y preocupaciones. Sentía que su pecho se llenaba de ansiedad. Sus ojos, cargados de lágrimas, fluían cual ríos que al caer deshacían las figuras que intentaba crear. Sus figuras deshechas contrastaban con las imponentes figuras de madera, finamente pulidas y esculpidas. Al levantar su mirada las veía agrandarse como atlantes que con flechas se abalanzaban hacia ella. Se sentía cada vez más pequeña; su pecho retumbaba y su corazón se aceleraba; la desesperación la invadía y el temor se apoderaba de ella.

 

III

Al sentirse perdida en aquel abismo, empezó a recordar los grandes momentos de su vida: las batallas ganadas, la fuerza del amor, la lucha de cada día, las personas que la han ayudado a descubrir la belleza del mundo. De pronto los atlantes empezaron a tomar su tamaño normal; eran simples figuras de madera, sin vida, incapaces de lastimarla. Volvió a tomar el barro en sus manos. Sus ojos se habían secado; su mirada limpia le permitía ahora descubrir su libertad interior. Una nueva fuerza emergía desde lo más profundo de su ser. Se dio cuenta que el arte fluía por sus venas y que a través de sus manos emergía una gran fuerza creadora.

 

IV

Poco a poco sus manos iban moldeando la arcilla, que amasada con sus lágrimas se había transformado. Se dio cuenta que podía moldear unas alas que le permitieran volar y escapar de aquello que la encerraba.  En ese momento se dio cuenta que otros la miraban asombrados. Que había conquistado una libertad que nadie podría quitarle. Entonces una sonrisa iluminó su rostro.

 

Ana Lucía tiene veintiún años y estudia Artes Visuales en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.   

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