Educar en tiempos de pandemia
Eric Ponce
Round 1: La batalla de las galletas
Logramos comunicarnos con galletas. Pocos tenían Emperador, ninguno tenía Royal Dansk y muchos tenían de animalitos. Las señales eran imprecisas, no sabíamos si en verdad alguien nos escuchaba allá afuera. Había quienes no tenían galletas en el frasco, pero la Dra. Almada ha conseguido algunas galletas de calidad. Algunos fieles a la causa enviaron apoyo, incluso personas de otras ciudades. Hace años que esta tecnología llegó a nosotros, pero no todos pueden darse el lujo de comprar galletas de buena calidad.
En plena telecomunicación, se escuchan ruidos, gritos, regaños y órdenes. Para los padres la computadora no puede dar clases. ¿Dónde están las varas? ¿Cómo puede ser una clase si observa a su hijo frente a una pantalla, modorro, en calzones, lagañoso y trasnochado? Él tiene un rango heroico en el Freefire, pero esas son pendejadas para alguien que ha batido mas de 2000 bultos de cemento en su vida. ¿Cómo le voy a cuidar a los niños para que estén nomas en la computadora? Además, ya van dos veces que la tuerce en el mentado “Feisbu”.
“Nomás dígale que estudie, porque yo nomas la veo en Feisbu, no veo que le encarguen tarea y además ella tiene obligación con su hija, no yo. Yo ya la crié a ella y a su madre…”. Abuela de estudiante de Bachillerato CASA.
No todos. Otros saben que, si su hijo le mueve bien a la máquina, puede hacer feria. Ya ha visto los carros que trae el hijo de su patrón con el puro estudio, sin aventar chingadera. Aunque la mayoría, michas michas, depende del humor de la jefa o de las entradas de dinero que hubo en la casa. A veces, a media clase se escucha la voz de la madre lanzando improperios para que su hija(o) vaya al gas, tire la basura, desayune un huevito, despache en el punto, se lancé a conectar o que recoja al niño porque rodó por los escalones.
Los chavos nos fantasmean. Responden la llamada, pero apagan el micro. Cuando hay que poner un ejercicio o haces una pregunta, te das cuenta de que estas solo. Cuatro horas de preparación, dos de lectura y dos horas haciendo un maldito PowerPoint tiradas al caño. El curso de locución, los 100 Kahoots para la clase… ¡Al diablo, esto no funcionará!
“La cuarentena ha sido exhausta, extraño la convivencia con el equipo”. Ángel, Estudiante de Bachillerato CASA.
“Al principio, era desesperante, nadie se la tomaba en serio, porque pensamos que serían unas dos semanas, ya después nos dijeron que esto duraría buen rato, pero, de aquí a que no lo tomáramos en serio, pues ni entrábamos, no sabíamos qué pedo y nomas quería estar viendo las caricaturas”. Estudiante de Bachillerato CASA
Round 2: La reconstrucción
La doctora es tenaz. Además, están becados. Dos tres ya están prometidos en la uni y, lo más importante: tienen tablas. Se reparten los jóvenes por afinidad, territorio y vínculo. Se les llama, se les visita, se les avisa de la clase un día antes. Las clases iniciaban a las 9:00, pero a las 8:00 se les llama para despertarlos. CASA tiene raíces por varios lados. Se le marca a la madre, que le eche ganas al hijo. La beca está de por medio, pero también la vida del chavo. La abuela, que es madre y abuela a la vez, sabe qué es bueno para el nieto.
Intentamos reconstruirnos. Creamos una estructura, escépticos, pero prometimos no romperla. Creamos un horario “ambicioso” y un plan de clase. Se toma asistencia diaria, si falta se le llama, si no contesta se busca a sus padres, si no responden se les busca en la casa. Si no funciona, haces que funcione.
Tal vez un poco forzado al inicio, pero como nadie les había mostrado cómo funciona el mundo, se interesan, escuchan, investigan, aguantan una hora sentados, luego una y 30, luego el profe de la clase de la 1 p. m. te la hace de tos por que llegaron tarde a su clase por estar contigo. Ellos han comenzado a sentir curiosidad, ven documentales, leen libros y participan activamente en la clase. Algunos también se visualizan en la uni. Nadie está cantando victoria, esto es un proceso continuo. Altas y bajas constantes, quien crees que lo ha logrado, de un día para otro desaparece, y quien crees que ya se ha ido, vuelve más fuerte que nunca y se convierte en el mejor de tu clase. En fin, seguimos en nuestra trinchera (no ergonómica) intentando conectar con quien está del otro lado…
“Lo que más me costó fue el horario, me levantaba a las 10 u 11 de la mañana y ya tenía que haber estado conectado. Me dormía a las 4 o 5 de la mañana. Los profes aprendieron a dar clases en línea y se puso chida la competición con los Kahoots, hasta uno estudiaba más para ganar el primer lugar. Lo que no me gustaba, es que había otros compañeros sin celular, sin internet ni nada para conectarse”. Alejandro Ortega, estudiante de Bachillerato CASA.
“Mis papas me decían: conéctate a la llamada para que tengas tus clases; si estaba haciendo algo, un mandado o ayudando en la casa, me decían que ya era hora para estudiar”. Alejandro Ortega, estudiante de Bachillerato CASA.
Conclusiones
La contingencia por la que atravesamos ha cambiado nuestras dinámicas de trabajo e interacción con los jóvenes. Nuestro insumo más importante para la atención de estos jóvenes son nuestros vínculos. La presencia permanente de nosotros en sus vidas, en sus problemas y en sus logros, es la forma más eficaz de generar procesos de cambio en ellas. Solidarizarnos hacia ellos para transmitir e inspirar la solidaridad hacia otros. Muchos de ellos nunca han compartido una comida en familia, y hacerlo en CASA era lo más cerca que tenían. Algunos buscaban alguna figura de autoridad que les llamara la atención o que los atendiera de alguna u otra forma. No es casualidad que uno de los espacios más habitados en nuestros centros sean las cocinas. Los chicos están atentos a la charla de las cocineras o se ofrecen para algunas tareas de limpieza.
“Sí me han dicho estos vatos que ya quieren que abra CASA, que ya echan de menos el platón, no ves que aquí vienen y me toriquean (platican) qué andan haciendo, qué broncas traen en el sistema (en su mente, alma, estado de ánimo, etc.)”. Eduardo, cocinero en CASA.
Hay quienes aprenden mayormente con el cuerpo, con el juego, con la guasa, con la palmada en la espalda y la mirada fija. Nos cuesta no estar ahí, porque sabemos que les cuesta mucho más a los jóvenes no estar ahí. Algunos se han privado de su único alimento caliente al día, de su reta de futbol, de las clases con sus compas, de la batería y los instrumentos que no puede comprar, acceso a WiFi, y, sobre todo, de alguien que le pregunte ¿cómo estás?, ¿ya comiste? De alguien a quien poder contarle que han asesinado a su amigo de la infancia, o que tal persona intentó propasarse.
“Hace falta un gozo, hermano, una convivencia, es lo que más extraño de CASA, las clases están bien pero no hay como estar en vivo, recibiendo las clases”. Estudiante de Bachillerato CASA.
“Hace falta tocar la batería, apenas estaba aprendiendo y ya se me está olvidando, ya quiero que abran CASA para tocar a madres”. Javier, estudiante de Va De Nuez.
Nos hemos tomado en serio la cuarentena, la hemos visto como un reto y no como un periodo vacacional. Están en juego muchas cosas, muchos procesos, muchas historias de transformación iniciando, y otras por concluir. Hemos intentado todo, para lograr procesos de enseñanza-aprendizaje efectivos, a través de la educación a distancia. Desde gestiones para lograr que todos accedan a un equipo para poder conectarse, realización de recargas de saldo, repartición de despensas para los alumnos cuyos padres habían perdido su empleo por la pandemia, visitas domiciliarias, entregar cuadernillos de trabajo o libros, pequeños grupos para compartir y leer libros en colectivo, mediaciones con familias y un largo etcétera.
La educación a distancia funciona, pero es carísima. El nivel de atención que requieren y la capacidad instalada de estos jóvenes en materia de uso y acceso de tecnología, redes de apoyo y capital cultural requieren de estrategias que vayan más allá de sentarse en un ordenador, crear una sala de aprendizaje y videollamar. Requiere de un grupo de educadores comprometidos (1 por cada 20 alumnos aproximadamente), recurso humano, becas y apoyos económicos, alicientes para la familia, recursos financieros para recargas, dispositivos telefónicos, gasolina, etc.
No todas son malas noticias. Los introvertidos se han vuelto los más activos, algunas chicas que habían dejado la escuela por estar a cargo de sus hijos se han podido reconectar, muchos de nuestros jóvenes han reducido sus niveles de consumo, hemos mejorado nuestras habilidades tecnológicas tanto alumnos como maestros, hemos reconectado nuestra vena comunitaria a través de las visitas y los diálogos y, sobre todo, la presencia constante en nuestras vidas de la posibilidad de morir por un virus, nos ha hecho reflexionar sobre nuestro paso por el mundo.
“La clase de transformaciones me abrió la mente, me enseñó cómo estaba el mundo, como nuestra Latinoamérica siempre ha sido golpeada… esas clases y la cuarentena me abrieron la mente. Me dieron ganas de entrar a la universidad, me dieron ganas de dejar las calles para siempre y trabajar con ustedes en Paulo, el centro de donde yo salí para cambiar a mi barrio.” Bryan Trujillo, estudiante de Bachillerato CASA.