Seguir tocando corazones
Iris Banda
Si alguien nos hubiera asegurado que en algún momento de nuestras vidas íbamos a vivir algo similar a lo que actualmente estamos todos experimentado, tal vez más de uno no lo hubiera creído. ¿Pandemia? Eso, aún en este momento, suena tan bizarro e irreal. Yo solía pensar, cuando era pequeña, que los maestros eran no solo una guía para el alumno, sino que también en cierta forma los veía como autoridad y seriedad, alguien a quien nosotros debíamos obedecer o nos iba a ir muy mal. Nunca supe qué pensaban mis maestros de mí, ni si en algún momento se interesaban por mí o mis amigos.
Al ir creciendo, nunca pasó por mi mente ser maestra o educadora. No, Iris, eso no es para ti. No creo ser esa figura de autoridad que los chavos de hoy necesitan para terminar sus estudios o aprender una materia.
Hace algunos años me acerqué laboralmente a los jóvenes, por medio de programas de prevención del delito, y me di cuenta de la situación actual, de lo que la sociedad y la juventud están pasando, no desde afuera, porque desde ahí no se ve nada; desde la necesidad propia de la calle y el corazón herido de esa población tan vulnerable, de la que la mayoría piensa que es aprovechada o desvergonzada, de lo que la sociedad califica como problemática la mayoría de las veces.
Tanta confusión, necesidad, rechazo, soledad, por lo que un joven puede llegar a cambiar el rumbo de su vida, topándose con instituciones que lo marginan, llevan a muchos otros más a mostrar una cara equivocada de lo que en realidad son, de lo que son capaces de hacer y lograr. CASA para mí, ha sido un parteaguas muy importante en mi vida y en mi visión personal de cada una de las realidades en las que los jóvenes pueden llegar a marcar una diferencia en ellos mismos y en su entorno social.
Mi experiencia con ellos fue desde llegar y crear de cero los espacios necesarios para reunirnos y compartir juntos los talleres, principalmente los de círculos de expresión literaria, toparme con un grupo de chavos que al principio no querían ni abrir un libro y mucho menos leerlo, la cercanía con ellos que me permite no ser una simple maestra que cumple con un horario institucional, me dio la oportunidad de conocerlos y ver más allá de las aulas y las rejas de un CECyT, conocer sus vidas y sus problemas me hicieron ver mi misión con más claridad, fue el abrir una puerta al diálogo y a la comprensión con todos ellos, fue entender su entorno y ayudarlos a cambiarlo de manera positiva.
Al paso del tiempo, aquel grupo de siete, quince, treinta jóvenes en nuestro lugarcito de lectura, se convirtieron en setenta, noventa, cien chavos, asistiendo cada jueves al salir de clases al audiovisual de la escuela.
Un lugar en el que el semestre en el que estén o la edad que se tenga no importan, porque todos están ahí con un mismo fin, disfrutar, convivir, ayudar y sanar de una manera u otra sus realidades a través de la lectura y las locuras que se me vayan ocurriendo cada semana, para que ese tiempo a mi lado sea para algunos lo mejor de su semana.
Hoy en día la situación actual no nos permite seguir con nuestra rutina de cada jueves, por lo que muchos de ellos no pueden al finalizar el taller quedarse a platicar un rato, como era costumbre; ahora nuestras actividades cambiaron, nuestros hábitos cambiaron, y el plantear seguir en contacto y trabajar a distancia no fue una tarea fácil ni para ellos ni para mí.
Toda una nueva ola de ideas empezó a inundar mi cabeza, para que los chavos no perdieran contacto, para que mi trabajo con ellos y el acompañamiento dado cada vez que lo requerían no quedara en el aire.
En momentos de confusión, enfrentar situaciones desconocidas para todos es necesario para replantear tu trabajo y tus ideas para seguir adelante con tu misión y apoyo contra viento y marea si es necesario. Es difícil ver a gente perder todo en cuestión de minutos y no tener forma de proveer a su familia de lo necesario para vivir, pero las personas día a día demuestran sus ganas de salir adelante, veo jóvenes salir a tomar el rol de sus padres para llevar esa ayuda que tanto les hace falta, verlos llegar al final de el día cansados de trabajar, y agarrar su cuaderno y ponerse a realizar sus tareas sin bajar bandera, mandarme fotos de sus actividades en la madrugada disculpándose por la hora.
Sin tener recursos, internet o simplemente datos móviles para poder cumplir con las tan mencionadas clases en línea, me doy cuenta que cada joven que está en CASA lleva un proceso significativo de reflexión y valorización de si mismo, que las armas con las que cuentan ahora les ayudan no solo a enfrentar esta situación de pandemia con ellos y sus familias, si no para ayudar a otros jóvenes a luchar con sus miedos y sus problemáticas que en estos momentos hacen vulnerable a cualquiera.
Un gran esfuerzo, de todos en este momento de crisis, los mensajes a toda hora, las conversaciones graciosas en ocasiones para aminorar alguna situación de crisis, el estar al pendiente unos de otros, y crear ese ambiente de ayuda incondicional es lo que ha sacado adelante a muchos de estos chavos, los tropiezos en el camino son los que los enseñan a levantarse y no rendirse, a divertirse y aprender a manejar las situaciones complicadas, a levantar la voz y pedir ayuda. Ahora, de manera virtual, nos tocó seguir luchando y aprendiendo a distancia. Y, aunque no ha sido fácil, cada semana busco la manera de estar al pendiente y mantener viva la luz de nuestro tan maravilloso grupo. Confiaron en mí como su guía y curandera del corazón, como me han dicho en alguna ocasión. Espero seguir tocando corazones de pollo y corazones rebeldes en mi travesía a su lado.
Gracias a todos esos grandes guerreros y guerreras que han confiado en mí, por su dedicación e interés en cada paso que damos juntos hacia la construcción de su futuro, a mis superiores que apoyan cada locura y paso que doy en pro de la juventud.